Ruta de los Oficios Perdidos de Lituénigo
Itinerario:  Lituénigo – corrales – huertos – muros – acequias – abejeras – mirador de la Carrasca – leñadores – bodegas – Lituénigo
Ficha técnica
Horario
0:45 h.  
Desnivel de subida
55 m.  
Desnivel de bajada
65 m.  
Distancia horizontal
2,8 Km.  
Tipo de recorrido
Circular  
Descripción
El Sendero de los Oficios de Lituénigo es un recorrido señalizado que pretende descubrir los lugares del entorno del pueblo en los que aún es posible observar la huella de los trabajos que, durante siglos, realizaron los vecinos de estos valles para obtener su sustento. Se busca así complementar la información que el visitante recibe en el Museo del Labrador “Jesús Hernández” mediante un cómodo paseo de aproximadamente una hora, en el que también se puede disfrutar de impresionantes perspectivas de la sierra del Moncayo.

El recorrido comienza en la plaza de la Iglesia de Lituénigo, donde visitaremos el Museo del Labrador para ponernos en antecedentes de los trabajos que durante siglos realizaron las gentes de estas tierras. Al final de la calle, donde está su original ayuntamiento, encontraremos el principio del sendero.
El primer punto a visitar son los corrales. Estos son unas construcciones sencillas de mampostería y adobe, con cubiertas de madera, cañizo y teja, situadas en las afueras del pueblo. Estos edificios se usaban para encerrar el ganado familiar, así como para guardar determinados productos agrícolas. Su situación alejada del centro facilitaba la entrada y salida de los animales y disminuía las molestias a los vecinos.
Tras la anterior parada hemos salido del pueblo por un camino en pendiente. A nuestra izquierda podemos observar un muro de piedra y un canalillo que lleva el agua de riego.
A la derecha van quedando varios huertos. Se trata de pequeñas parcelas de regadío, abancaladas y muy próximas al pueblo. En ellas se cultivan las hortalizas de consumo local y algunas frutas. Cada familia tiene uno o varios huertos que se cuidan con esmero para obtener varias cosechas de verduras al año.
Los huertos se riegan “a manta”, inundando los “ríos” que se forman con la azada para evitar que el agua moje las hojas de la verdura que se cultiva. Este sistema de riego hace necesario tener perfectamente nivelada la tierra, por lo que es imprescindible abancalar el terreno, debido a la pendiente de la ladera.
Por otra parte, la tierra empapada por el riego podría deslizarse entre bancales, destruyéndolos. La forma de evitar este proceso es la formación de muros de piedra, hechos de mampostería en seco, que retienen la tierra de cada bancal.
El otro elemento básico del cultivo de las hortalizas en nuestro clima es el agua. El riego es imprescindible para obtener productos en primavera y verano, cuando las precipitaciones disminuyen. La proximidad de los manantiales y arroyos de Moncayo permite disponer de agua suficiente para este fin, distribuida a través de una densa y compleja red de acequias.
Las acequias se consideran un patrimonio común, por lo que su mantenimiento en buen estado (libres de vegetación y otros obstáculos) se realiza como un trabajo comunal, que se lleva a cabo tradicionalmente el sábado de Semana Santa (“día de las Acequias”).
Al subir por encima del nivel de la acequia, pasamos a los terrenos de secano (“monte” en Aragón), donde cambian los cultivos. Aquí se produce cereal (trigo y cebada), almendras y alguna viña. También hay algunos aprovechamientos complementarios, como el cultivo de las abejas que antaño se realizaba en las abejeras.
Próxima al camino se puede observar una abejera situada junto a una carrasca o encina. Se trata de un edifico de adobe y piedra, con tejado de una sola vertiente y una pared orientada al sur en la que se encuentran una serie de orificios. Estos orificios son las “piqueras”, por las que las abejas salían al exterior.
Hoy en día, todavía quedan muchos apicultores en Lituénigo, pero ya no se usan abejeras ni arnas, sino las modernas cajas de madera portátiles.
El camino cruza ahora un pequeño barranco y llega a una de las carrascas centenarias de Lituénigo, cuya edad puede rondar los tres siglos.
Antiguamente eran numerosos los árboles de estas dimensiones que poblaban este terreno, formando una dehesa para el ganado.
Después de la parada, el sendero sigue internándose en el carrascal para ganar altura bruscamente entre árboles y tierras de cultivo.
Desde este punto podemos disfrutar de una vista espectacular de la sierra del Moncayo y de los valles que nos rodean. Nos encontramos ahora en el punto más alto del recorrido, junto a otra carrasca centenaria, probablemente más añosa aún que la que nos ha cobijado en la vaguada.
La dehesa de Lituénigo aseguraba pasto en invierno y primavera, sombra para el ganado en verano y el aporte alimenticio de las bellotas en el otoño, complementando así la alimentación del ganado ovino en la rastrojera.
En Lituénigo existe una amplia superficie de encinar o carrascal. Gran parte de la misma se encuentra en monte público, pero existen carrascales particulares como el de esta parada.
Aquí, los leñadores cortaban la leña para la casa, imprescindible para dar calor y cocinar los alimentos. Si se disponía de más leña de la necesaria para cada hogar, se vendía en Tarazona u otros pueblos que no disponían de suficiente bosque para abastecer a su población.
Desde el punto anterior se recorre un tramo de camino de ganado, reconocible por la abundancia de piedras sueltas. Estos caminos eran necesarios para que el ganado pudiera transitar entre zonas de pastos sin invadir los cultivos. En estas veredas se hacían balsas para recoger agua de lluvia y disponer así de agua para los abrevaderos del ganado, similares a la que se encuentra junto a la señal. Desde este punto se divisa el actual aprisco donde se encierra el ganado de Lituénigo.
Al fondo se ve la parte final del valle y los olivares y viñedos que se cultivan en la zona más baja y protegida del cierzo, para reducir el riesgo de heladas. Hay que recordar que aquí se encuentra uno de los límites del cultivo del olivar en el valle del Ebro.
Asimismo se tiene una buena vista del casco urbano de Lituénigo, destacando la torre mudéjar de la iglesia parroquial y el torreón del ayuntamiento.
Para hacer y guardar el vino en Lituénigo se disponía de las bodegas de la Solana, muchas de las cuales aún se utilizan con este fin. Se trata de construcciones excavadas en el suelo, con una puerta al exterior, un túnel-escalera y una o varias salas dedicadas al pisado de la uva, vinificación del mosto y almacén de barricas.
Para evacuar los gases tóxicos de la fermentación, las bodegas tienen chimeneas que sobresalen del terreno, que también se utilizaban para introducir la uva.
Las bodegas enterradas aseguran unas condiciones adecuadas para la fermentación del vino y su conservación, ya que atenúan las oscilaciones de temperatura y humedad que se producen a lo largo del día y durante las distintas estaciones del año.
Tras esta parada y atravesando una nueva zona de corrales, volvemos al casco urbano de Litúenigo, finalizando así nuestro recorrido por el Sendero de los Oficios.
Visor
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