Ruta turística Tarazona Misteriosa (curiosidades y leyendas)
Itinerario:  Recorrido urbano por Tarazona
Ficha técnica
Horario
1:00 h.  
Desnivel de subida
55 m.  
Desnivel de bajada
70 m.  
Distancia horizontal
3,6 Km.  
Tipo de recorrido
Circular  
Descripción
Tarazona cuenta con más de dos mil años de historia, que hacen que las piedras que forman los edificios de la ciudad y las aguas que fluyen por sus fuentes y por el cauce del río Queiles escondan historias asombrosas.

La ruta de Tarazona Misteriosa comienza en la catedral de Nuestra Señora de la Huerta. El templo esconde secretos desde hace más de ochocientos años. Entre sus reliquias destacan una espina que coronó la cabeza de Cristo en su crucifixión. La seo turiasonense conserva también el hueso del brazo derecho de San Atilano, traído desde Zamora, lugar en el que se guardan los restos del patrón de Tarazona. Cuando la reliquia llegó a la ciudad del Queiles, las campanas de la torre catedralicia repicaron sin que nadie las voltease.
A la derecha de la catedral se levanta el palacio de Eguarás, obra del siglo XVI. A principios del siglo XIX, habitaban el palacio los descendientes de Antonio Eguarás, primer propietario del edificio: Augusto, su mujer Estefanía y sus cuatro hijos. La felicidad y la armonía reinaban por entonces en la gran casa hasta que la hija mayor, Irene, a causa de la separación forzosa de los brazos de su amado Andrés, se arrojó por la ventana de su habitación, cayendo mortalmente sobre el adoquinado de la calle Los Laureles. A partir de ese momento, comenzaron a ocurrir cosas misteriosas en el palacio. Los caballos se espantaban sin motivo aparente, y la habitación de Irene aparecía desordenada y con las ventanas abiertas.
Buscando la orilla derecha del río Queiles y remontando su cauce por el paseo de la Constitución, llegamos al santuario de la Virgen del Río. De estilo barroco, fue edificado entre 1667 y 1672, buscando acomodo a una imagen de la Virgen recién encontrada, que supuestamente había sido escondida bajo tierra hacía siglos, para evitar el ultraje de los “infieles árabes”. El 27 de noviembre de 1667, un obrero, realizando labores de reconstrucción de un muro de contención del río, encontró la cabeza de piedra de la imagen de la Virgen y se decidió levantar un santuario bajo la advocación de la Virgen del Río.
El edificio colindante a este santuario mariano es la plaza de toros vieja de Tarazona, que data de 1792. Tiene planta octogonal, con viviendas que se mantienen habitadas desde su origen, y fue coso taurino permanente hasta 1870.
Desde la plaza de toros nos dirigimos hacia el parque de Pradiel, lugar donde se citaban los jóvenes enamorados Clara y Manfredo. Pero en un determinado momento, el chico rehusó cualquier encuentro con Clara y esta, despechada, sacó una daga que llevaba escondida, clavándosela al joven en el corazón.
Subiendo el cauce del río por la margen izquierda, alcanzamos una escalera de hierro que salva los ocho metros de desnivel entre el Queiles y el nacedero del ojo de San Juan. No hace mucho tiempo, se descubrieron en él restos de un santuario romano dedicado a la ninfa Silbis, deidad de la salud a la que se le consagraban grandes sacrificios de animales para venerarla.
En dirección opuesta al templo encontramos la picota o cruz de término de Tarazona, que es una edificación en forma de templete octogonal que alberga un crucifijo sobre una columna de piedra.
Al final de la calle del Crucifijo se encuentra, a la derecha, el camino de la Cueva Bayona, próximo al que fuera el fosal árabe de la ciudad. La cueva se llama así porque, a principios del siglo XX, se alojaron en ella un grupo de zíngaros oriundos de dicha ciudad francesa, acompañados de sus osos y monos. Y en este lugar, allá por el siglo XII, un grupo de muchachos cristianos se vieron sorprendidos por la enigmática figura de una bellísima mora. Tras detenerse unos instantes frente a los muchachos y mirándoles fijamente con unos ojos hechizantes, se adentro en la cueva desapareciendo. Muy intrigados por lo sucedido, volvieron al mismo lugar varios días sucesivos, repitiéndose la escena, una y otra vez. Pero un día, uno de los jóvenes fue hacia ella. Se dieron la mano y se encaminaron a la cueva perdiéndose en su interior. Nada más se volvió a saber del muchacho.
Siguiendo el camino de la Cueva Bayona se llega al convento de Nuestra Señora de la Concepción, fundado en 1542. El convento se erige cincuenta años después de la muerte de la fundadora de la orden, la portuguesa sor Beatriz de Sylvia, y cuentan que la religiosa se apareció en esta iglesia, ante la incredulidad de las monjas enclaustradas.
Continuamos el recorrido hasta una pequeña bocacalle que lleva por nombre calle del Brujo. No es de extrañar esta nomenclatura, pues la proximidad a Trasmoz, lugar de aquelarres y magia negra, hace de Tarazona lugar de residencia de numerosos brujas y brujos y sede del tribunal de la Inquisición en casos de brujería.
En la calle San Atilano, acontecieron varios hechos misteriosos. En febrero de 1221, a la edad de trece años, el rey de Aragón, Jaime I “el Conquistador” se une en matrimonio con Leonor de Castilla. Esta unión, decretada por la conveniencia de la asociación entre dos estados, nunca fue de su agrado. Y pese a que Leonor había dado a luz un sucesor a la Corona, Jaime I, en 1229, pedirá al Papa Gregorio IX la disolución de su matrimonio, alegando consanguinidad, pues ambos eran biznietos de Alfonso VII de Castilla. Para ello se celebró el Concilio de Tarazona, con la ausencia del rey y la reina, pero con la presencia de siete obispos. Tras las celebraciones eclesiásticas, comenzó una procesión y, cuando ésta tomaba ya la calle de San Atilano, el desfile paró repentinamente sin motivo aparente. Un vecino de la calle había levantado un tapial que impedía el paso. El cardenal francés mandó dar media vuelta y tomar otra calle para seguir adelante, cuando una voz atronadora surgió de entre las gentes; era el alcalde de la ciudad de Tarazona que decía: “¡Deteneos! ¡Derribad esta pared para que todos puedan pasar! ¡A quien dice de ir atrás, Papa, rey o cardenal, en Tarazona, jamás ha de prestarse atención! ¡Qué sepan aquí y allá que Tarazona no recula, ni en su vida ni en su afán, aunque lo mande la bula!”.
Al comienzo de la calle de San Atilano, encontramos la plaza de San Miguel, lugar en el que cada 8 de mayo, desde 1913, se celebra la festividad de San Miguel “el Tramposo”, llamado así porque esta era la época en la que los agricultores se endeudaban hasta poder pagar con la recogida de la cosecha. Y en la misma calle de San Atilano nos encontramos con un fabuloso arco de entrada a la ciudad medieval. Situada en la frontera entre Aragón y Castilla, Tarazona fue uno de los escenarios principales de la guerra que enfrentó a Pedro IV de Aragón con Pedro I de Castilla entre 1357 y 1366.
En la calle del Conde se alojó Felipe IV en 1643, en casa del noble don Antonio Muñoz Serrano y Pueyo, caballero de la Orden de Santiago. En señal de agradecimiento, Felipe IV decidió entregarle unas cadenas. Dichas cadenas todavía pueden verse y tocarse en el arco que lleva su nombre (arco de las Cadenas).
Justo en la confluencia de las calles de San Atilano y el Conde, atravesaremos, a mano derecha, uno de los arcos que compondrían una de las puertas medievales de la ciudad, llegando a una placeta en la que admiramos la fachada del palacio Episcopal.
En la calle de la Judería está patente la presencia de la comunidad hebrea en la ciudad del Queiles. Esta presencia se remonta al Bajo Imperio Romano y se sabe que Alfonso I, en 1123, concedió derechos a esta minoría.
Si continuamos hasta la plaza del Mercado o plaza de España, encontramos el ayuntamiento. Este edificio fue construido sobre la muralla entre los años 1557 y 1563, para cumplir la función de lonja, y su fachada escultórica la convierte en una joya artística. A mediados del siglo XVII el edificio de la lonja pasó a ser utilizado como casa consistorial propiamente dicha.
Enfrente, está la escultura conmemorativa del Cipotegato, figura encapuchada y con un traje de rayas horizontales, rojas, amarillas y verdes, que es uno de los emblemas turiasonenses de hoy en día. Según las crónicas, data del siglo XVIII.
Bajando por el “pasage” del Comercio llegamos a la iglesia de la Merced. Al abrir los cimientos para la construcción del convento se localizaron unos esqueletos de unos cuatro metros de altura. Quién sabe si serían los restos de Caco, Hércules o Pierres, cuyos relieves decoran la fachada del ayuntamiento, o extintos megaterios.
En la calle que ahora lleva el nombre de Baltasar Gracián, detrás de la iglesia de la Merced, encontramos el excolegio de los Padres Jesuitas, con su iglesia dedicada a San Vicente Mártir, que data de mediados del siglo XVII. Aquí pasará sus últimos días el padre de la prosa conceptista, Baltasar Gracián y Morales.
Al final de la calle de Tudela, girando a la izquierda, encontramos la calle del Teatro, llamada así por albergar desde 1664 el corral de comedias de la ciudad.
Junto a la calle Teatro se encuentra la plaza Almehora, y la primera bocacalle a la izquierda es la calle de las Posadas, lugar donde se considera que Bécquer se hospedó en su primer viaje a Tarazona.
Entre la calle de Caldenoguea y el camino de Mataperros se ubicaba el fosar judío (visible desde la calle de la Posada).
De la parte baja de la ciudad, cuenta la tradición que, en el año 1214, el mismísimo san Francisco de Asís, a su regreso de su peregrinar a Santiago, entró en Tarazona, hospedándose en una pequeña ermita en honor de San Martín, que era el resto de un convento benedictino. Es a partir de esa ermita donde, con la venia del obispo turiasonense, fundó un pobrísimo convento, siendo el primer religioso de este cenobio un noble del linaje de Vierlas, que tomó el hábito de las manos de San Francisco. Tras la canonización del santo italiano, en el año 1228, dos años después de su muerte, por el Papa Gregorio IX, el convento pasó a llevar el nombre de San Francisco.
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